El primer día que pude salir a pasear por la mañana yo sola fue después de casi dos semanas de poder hacerlo (sí, los que tengáis hijos pequeños y esté «conciliando» me entenderéis, tal vez). Cuando mi hijo mayor me vio vestida de deporte y preparándome para salir me dijo: donde vamos, mamá? Cuando le dije que aquella vez salía yo sola y que después ya saldríamos me contestó, tranquilo: «si sales cogerás el Coronavirus (primera parte dicha con boca pequeña porque no recordaba bien el nombre) y te pondrás enferma». – ¿Cómo dices? Le dije, asombrada. Y eso que yo no le he dicho nada de virus ni ponemos las noticias ante él. «El señor de la tele ha dicho que no podemos salir», me dijo.
Otro día, paseando, con los dos niños, mi hijo mayor me pidió parar y jugar un poco al fútbol, eran las 18: 50h, y le dije: «no podemos, tenemos que ir a casa. Todo el mundo va a casa, ya. «
Esta situación me ha hecho pensar sobre la obediencia, y la capacidad que tiene el miedo col • lectiva a un enemigo común para transformar las prioridades de las personas, y, sobre todo, sobre cómo afecta a nuestra forma de construir el mundo , lo que vemos cuando somos pequeños, a saber qué podemos esperar y qué no de los demás y el futuro.
Es en este sentido, que pienso que como padres y como sociedad en general tendremos que estar alerta para que esta circunstancia no se aproveche para crear una nueva hornada de ciudadanos atemorizados, dóciles, moldeables. El miedo no puede ser la excusa de una nueva ola de recortes de derechos que tanto han costado ganar y tan rápidamente se dilapidan en situaciones de emergencia. No podemos permitir que vivamos una nueva era de pérdida democrática como lo vivimos con el 11S, porque en este nuevo Bin Laden no tiene que esconderse para ser difícil de derrotar.
‘Es nuestra responsabilidad como padres transmitir el equilibrio entre primar la seguridad y la entrega ciega de derechos y libertades. Entre priorizar la seguridad col • lectiva, y hacer valer sus necesidades individuales.
A las niñas y los niños les hace falta, como pilar fundamental, crecer con la certeza de que viven en un entorno seguro, y no les podemos transmitir nuestro miedo como recurso de control, necesitamos que crezcan teniendo la seguridad de que sus necesidades son importantes y que nuestra libertad no es algo que podemos entregar a la primera de cambio ni el miedo el motivo por el que claudicar siempre.
Debe ser nuestro deber formar ciudadanos libres a pesar del peso aterrador del miedo.
Y no defiendo que se acaben las medidas extremas que estamos viviendo, si es que realmente son necesarias. Hablo de saber encajar estos hechos en una realidad cambiante para que no se conviertan en una nueva forma de ver el mundo por nuestros hijos, donde el miedo gana la partida a la libertad. Me hace pensar en quién puede beneficiar esto, y la respuesta es bien clara.
Educamos en la cooperación, en la solidaridad, la visión conjunta y el respeto, pero también en el criterio propio, en la valentía, el coraje y la capacidad de poner en duda, al menos, con espíritu crítico, lo que ellos consideren necesario.